Por A. Toro
Sin percibirlo, solemos idealizar el pasado.
No sé si ello es un automatismo de la
mente para hallar alivio, un reencuentro con lo que somos o lo que hicimos,
buscando placer con el artificio del placebo de ciertas nostalgias escritas en
un papel o en la mente, cuando cambian los días o los tiempos.
A capricho, puedo recordar algunas que hice y
qué no hice, y la incertidumbre de lo que debí hacer me acompaña, puesto que
nadie hace lo peor o lo más desventajoso por antojos de auto
sabotearse o de estropear las cosas: No sabemos qué es –exactamente- siempre lo
mejor ni lo más conveniente.
Puedo recordar que he viajado un poco y, que
de muchacho, me llevaron a muchos sitios y situaciones que ahora no puedo ir y
no me importa si volveré a ver, pues, quienes tuvieron importancia fueron esas
personas que me acompañaron, quienes me dieron ese placer y estuvieron conmigo
y –lo que comimos o hicimos- se debió gran parte a ellos, al trabajo de otras
personas, a la remuneración por sus esfuerzos y, lo más importante, el amor que
ellos se compartieron: Estoy narrando del amor de mis tíos, su relación con mi
abuela, los viajes que hicimos y, como bendición secundaria ¡crecí en medio de
ellos!
Valga que acá diga que no estoy idealizando
ese pasado (aunque disfruto admitirlo). No sé si mi tía María llegue a leer
esto [trataré de hacérselo llegar] y desconozco hasta dónde narre situaciones
que ella admita o reviva, porque todos somos diferentes y, lo que me importe o
signifique algo a i vida –quizá- signifique poco para ella, pues, de mi entorno
nuclear quedan pocos supervivientes y, entre ellos, estarían Alain, Gladys
Valentina y mis otras primas (las cuales no conozco, sino de rostros). ¡Es
hermosa Gerglamaris!
Mientras escribía uno de estos párrafos arriba,
súbitamente vino a mi memoria una de esos almuerzos cuando íbamos a la playa.
Mi tío Guillermo nos llevaba en su auto a Naiguatá, desde Catia, y almorzábamos
pescado frito –tostadito- en alguno de esos restaurantes de aquel pequeño
pueblo. ¡Vaina tan sabrosa!
Uno,
como muchacho, era melindroso para comerse toda la exquisita pieza, sacaba una
parte o la otra (el tomate, la lechuga o la ruedita de cebolla) y siempre
recordaré que mi abuela me cuidaba de no ahogarme con las espinas. Absolutamente…
¡Gracias a Dios por ella!
En la familia Maraima Toro no había peos ni
gritos. Haciendo honor a la verdad, el venezolanismo actual es el que ha hecho
individuos que gritan, a los que viven como malandros y arrabaleros. Nosotros
vivimos en una urbanización de clase obrera -¡sí!- lejos de los ranchos, aunque
otra clase de gente [y otros tiempos] vivía en el entorno menos agradable de Las Lomas de Urdaneta, los bloques de Casalta, la Silsa, etc. ¡No éramos
malvivientes! ¡No éramos malos vecinos! [Querían mucho a mi abuela y a mi
abuelo]. Y, en todo caso, yo sí era el elemento que alteraba la vida de los
Maraima y, con todo -como suyo- me tuvieron y mantuvieron, al punto que me llevaban
siempre en sus viajes, a Cúa, Mérida, Margarita, Puerto La Cruz, etc… ¡Incluso
a Colombia!
Cierta vez, con mi tía María y uno de sus
amigos, hicimos un viaje a Mérida. Era un bonito Dodge, auto blanco bastante
nuevo y, al apartamento al que llegamos a quedarnos (no recuerdo cuántos días) puedo verlo en mis
memorias, como uno de esos lugares de cielos bellos en el que podía mirar casi
todo el pico nevado, la amplitud del valle; aunque el agua me pareció de lo más
fría: ¡Jamás sentí el agua tan helada salir del grifo!
Revisando en la pila de cuadernos desechados (esos que ya tengo afuera destinados para
quemar en el fuego de mi fogón) hallé unas notas donde comentaba (a las 5:55
pm) sobre un referendo del 23/11/2008… Decía yo que, en una suerte de
automatismo, rememorábamos vivencias, algunas cosas de ese pasado que morirá
con nosotros ¿Sobre el fuego de una de leña?
“A
esta hora ignoro los resultados electorales del municipio y del Edo. Aragua. No
confío en la imparcialidad del CNE,
en particular, por lo tardío que fueron en revelar los resultados totales de lo
que fue el referendo consultivo para reformar la Constitución Nacional…”
¿Pueden confirmar esas cosas y fechas en las
noticias de internet o de alguna hemeroteca?
“Luego
de un año -me parece- el pres. Hugo introdujo parte de esas “reformas” por vía
de los decretos de la ley habilitante, misma que le otorgó la mayoría
chavista de la Asamblea Nacional… ¿Cómo va a estar un hombre facultado a
gobernar como REY toda una nación? Es obvio, los poderes autónomos están comprados o subordinados a lo que paga el
dinero que circula en la oligarquía del gobierno…”
Por vía
habilitante Hugo Rafael introdujo unas 20 leyes que, nuestro Referendo dijo
aquel olvidado: “No es No”. ¿Recuerda
las protestas y esas calcomanías?
Yo nada
le debo a Bolívar. No estoy en deuda con el pasado
(excepto con quienes fueron parte de mis familias). Esa porquería de “historia” de Venezuela es una versión de cada parte de lo que
constituye una verdad que tiene que ver con todos y con cada individuo
–aislado- por la parcialidad de quien nos la cuenta, quienes la narran o
reinterpretan.
Si yo les refiriera ese día en que mi tía
María me rasguñó el brazo, clavándome una de sus uñas en el antebrazo izquierdo
y quitándome un pedazo del pellejo de la piel, ella no lo va a recordar igual que yo, porque a mí fue quien me
quedó la marca en la mente, y el dolor en la carne.
Si les dijera que íbamos a la playa, que ella
y yo estábamos sentados atrás (con mi abuela a la derecha) mientras mi tío
Guillermo conducía el auto, y que nada más de allí recuerdo, ustedes tendrían
que escuchar la versión histórica de
lo que ella pudiera recordar o decir al respecto. ¿Lo habrá olvidado ella, como
olvidan tantos venezolanos?
Estoy seguro que algo malo hice en ese
momento. Ella fue y ha sido como una madre para mí -no sólo el favorito de mi tía- y desde luego,
el rasguño fue un castigo desmedido, un efecto desproporcionado y no acto
maligno e intencional (no sé qué maldad o falta de respeto hice ese día) y,
respecto a lo que pasa en la nación venezolana, todo es consecuencia de
lo que hemos hecho mal: Robar, mentir, codiciar, matar… ¡Y
jodernos unos a otros!
¿De qué sirve una nueva Constitución Nacional?
Si la que tenemos no se cumple, así como tampoco obedecemos a los mandamientos
de Dios.
¿A quién sirve una nueva Constitución Nacional? Si estos
chavistas malandros han corrompido al país como nunca (cuando digo esto,
conozco sólo una pequeña parte de lo que ustedes ya conocen).
Si yo codicio tanto como robo, yo miento tanto
como adultero y corrompo, de nada me sirve cambiar las leyes nacionales. Si no
temo -ni honro- las leyes de Dios ¡tanto menos las del hombre que tiene n
precio!
De mi parte, lamento mucho que más de un
millar de personas haya elegido quedarse en el cultismo personalista a sus ídolos. Lamento que ellas y ellos hayan
adorado a Bolívar como si hubiera encarnado en Chávez o a tantos
elementos de política de esta neo
religión del patrioterismo pero
–aun así- a Dios tendré que dar cuentas por creer a la incierta versión de esas
historias y nuestras cosas.
Mi abuela, por su parte, tuvo gran admiración
y simpatía por el General Marcos Pérez Jiménez. En mis memorias sólo está el
eco de lo que alguna vez me contó (yo no estaba en esas experiencias) y, hasta mi
propia madre me cuenta que –mi abuela- solía esconder el retrato del
dictador tras el escaparate de la ropa en el cuarto, “por temor a que la policía de Betancourt viniera” hallándola
simpatizante de “la dictadura” derrocada aquel 23 de enero… ¿Observaron esto?
Mi abuela —como muchas- simpatizó con aquella dictadura PROGRESISTA. Mientras Pérez
Jiménez fue visto por más de un centenar de personas como dictador
militar (cosa que yo no lo sé) otro grupo
antagonista lo percibió como un gobierno de progreso y de avances ¿Qué
gobierno dejó más obras civiles? Las edificaciones de El Silencio son parte de lo que hizo la dictadura, la mayoría de
las autopistas de Caracas se hicieron en ditadura… ¿Qué tanto ha hecho este
desgobierno?
En cada período de la historia siempre habrá antagonistas
y antagonismos. Si algo me favorece o
desfavorece, siempre tendré una
versión o impresión de cosas distinta al que las cause o de aquellos que se
beneficien o perjudiquen.
Si alguien cree que se aumentó la justicia social, que la riqueza del país
se ha repartido equitativamente, que todo se hace mejor, etc. Ello es un
placebo, un mecanismo de idealización o negación de lo que quedará en el pasado
y –quiera Dios- que Su justicia venga pronto para quienes padecemos los
males, las consecuencias de lo que se
está haciendo mal y, que el destino –en vida- les retribuya o pague con la
misma indiferencia y proporción; porque he visto la maldad y la indiferencia de
los que se hacen ajenos a lo que nos acontece: Nos matamos por un trozo de pan
o un plato de comida...
Si mi abuela viviese hoy, no escondería la
foto del dictador de turno. Si el general Pérez Jiménez viviera, tendría que
enseñarle mucho a estas personas que -en sus altares hogareños- tienen a un ídolo plástico de Chávez o una foto
de cualquiera bajo esas velas… ¡Y yo he
visto esas imágenes y velas!
Son santeros en negro blanco -idólatras- aunque a pocos, lo que hayan
sido, de veras les duela: Sofonías
1:2-18.
No sólo en mí quedará el recuerdo de estas
marcas, como cuaderno desechado y sus
rayas (apilado en las afueras de un pueblo) para ser quemado en el fuego por un
horno que nunca descansa…
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