He conseguido sacar la última
escama. Con un trozo de una franela blanca mutilada, me he limpiado la nariz
tres veces y, aún el cosquilleo del ají sigue produciendo esa rara sensación de
hormigueo, de gusto sancochado, aunque a ratos la nariz siga goteando impertinentemente,
como cuando se ha llorado mucho, pero esta vez sin dolor ni lagrimeo. Todavía
hay trozos de carne entre dientes. La lengua sirve para saborear los restos de
pescado deshecho y, al mismo tiempo, hace de mondadientes. ¿Cuándo, en mi vida,
hice sopa de carapacho, cola y cabeza? Jamás cociné con tanta agua insignificancia
alguna, porque la cabeza y el esqueleto -con desdén- siempre se botaba.
No conocí el hambre cuando niño. Ya
en la adultez, tras mi prolongado divorcio, tuve una leve noción de qué era el
hambre o no tener comida a mi antojo, porque mis ingresos escaseaban para
comprarla pero, por efecto colateral de la separación, hasta llegué a comer
queso de mano en mal estado (lo hervía y luego lo derretía desde el envase que
olía mal) y, de allí en adelante, tuve que aprender a cocinar –porque dependí
demasiado de mi ex esposa- pero, la situación actual de Venezuela es económica
y políticamente muy distinta a lo que fue aquello en el 2008 donde pocos comimos
lo descompuesto.
Todavía puedo lamerme la sal desde
los labios. El aceite que quedó adherido pasa por el paladar y hace que deguste
el falso bolo que hago, cuando insisto en desprender lo que palpo entre los
molares, los pliegues de la boca y, en mi lucha para no insalivar más, noto lo
que se divierte bajando por el tobogán de la garganta, estimulada por el
picante, más que el sabor y aroma del ají dulce. ¿Quién me iba a imaginar
cenando hoy una humilde y deliciosa sopa de pescado hecha con picadillo de
hojas de pira, trozos de hojas de cilantro, una chispa de orégano, un voleo de
comino, una pizca de sal, y dos cabezas de pescado que me dio mi hijo Josh?
Antes de acostarme, ya luchando con mi
relación de sueño postergado frente a mi computadora, preví no perder la parte
carnosa del esqueleto de lo que hace pocos días fueron dos hermosos peces. Usé
dos platos con tapa para llenarlos con el caldo y, la ollita verde que tiene la
tapa más “hermética”, la usé para guardar las piezas que supuse tenían más
proteína, pues, el hambre que me mata es proteica. No deseo seguir tomando agua
con azúcar o sorber cucharadas de aceite para darle algo de energía a un cuerpo
que reclama una comida decente (si es que a la sana alimentación pueda dársele ese carácter de dignidad adjetiva).
Al despertar, como todos los días,
abrí los ojos para verificar que estaba vivo y no muriendo en un sueño. Cerré
los ojos para agradecer a Dios otro día (como a menudo lo hago en Su distante
ausencia) y mentalmente traté de incorporarme, pensando lo que había de
hacer en mi cuarto, en lugar de salir a sembrar lo que tardaré meses para
cosechar y, a menudo trato de ser práctico (aunque siempre parezca que me
equivoco).
Encendí mi computadora mientras iba a
lavarme los dientes, recostado sobre un lado de mi cama. Avistando la posible
descomposición de aquella sopa de anoche, destapé mi mejor olla y percibí que mi
aprensión no era tan precipitada o incorrecta; la sopa, aún así, podía comerse
para no botar el vital elemento.
Sorbí el líquido y me senté a
trabajar en mi computadora. Tengo tantas cosas que deseo hacer y, en cuestión
de instantes, mi atención se dispersó en pequeños detalles cosméticos, en lugar
de hacer lo que me produciría dinero o un resultado final que trajera un cambio
político a mediano plazo...
Casi sin pensarlo, hubo otro apagón
eléctrico y, en lugar de arrecharme –como sería mi costumbre- asumí que Dios
quiere que esta situación miserable siga y se prolongue, que los servicios y
todo funcione mal en este país que produce malestares, y fue allí cuando decidí
terminar de comer lo que ya había olido y probado en la mañana, a objeto de no
desperdiciar lo que mi hijo mayor con cariño me regaló, al saber que tenía un
par de días con hambre.
-¡Hubieras
venido ayer! Te habríamos dado comida.
-¡Hijo!
–le dije- cada persona debe hacer lo suyo por su alimento. Uno no debe
recostársele a otros, y menos yo a ti, que tienes un hijo y familia que
alimentar.
-¡Pero
tú eres mi papá! Y yo no te voy a dejar que te mueras de hambre.
Esas palabras fueron más que un
halago e insospechado aliciente. Jamás
fui el padre dadivoso que he deseado ser para él. Siempre estuve por debajo de
mis deseos y expectativas con lo que he deseado darle o tenerle –pero- esas palabras
sinceras (coherentes con su actitud habitual) produjeron el deseo instantáneo
de no morir y, no se trata de vivir para mí, sino de seguir con vida por él, con
él, así como aquel día en que pensé quitarme la vida con un mortal tiro de
escopeta, aquella vez que ciertamente iba a suicidarme, no queriendo soportar
los detalles insulsos (e innecesarios) de esta aciaga vida: Mi amor por mi
hijo, varias veces, me ha devuelto a la vida... ¿Volverá a ser digna?
Cuando fui a visitarles el día
anterior, llevé la Tablet que les estoy revisado. Sin saberlo, él acababa de
volver del conuco que tiene conjuntamente con su madre y, mientras hablaba con
Joy, salió a recibirme comiendo un trozo de algo en su mano.
-¡Bendición,
papá! –me dijo.
-¿Qué
comes? –pregunté.
Y haciendo un gesto con mi mano,
hice como que sólo probaría un pedacito y, mientras me volvía a charlar con mi
hija, les comenté que no había comido, y de inmediato él se marchó, sin
sospechar que le traía algunas cosas.
-¡Joy!
Este libro trata sobre el matrimonio.
-¡Sí!
Pero está en inglés. –replicó, con cierto desdén.
-¡Desde
luego! –debí decirle, con palabras “quiero que lo aprendas” – La única manera de
que vayas a Kuwait o al país ese con pocetas de oro… ¿Cómo es que se llama?
-¡Dubai!
Y es una ciudad, no un país. –corrigiéndome con remedo.
-Es
aprendiendo inglés. Yo, a tu edad (o algo más tarde) comencé a estudiarlo y,
con este libro, The Christian Marriage, quiero que no cometas los errores que
yo cometí con mi sexualidad libertina…
No me extendí mucho en detalles. Tengo
la rápida impresión de que a Joy sólo le gusta la satisfacción instantánea de lo que a ella le importa, cuando cree en
lo que son sus actuales necesidades y, como no me para bolas, la sobrellevo…
¡Cuando sea mamá! (si es que pare) sabrá el malestar que ella me causa, con su ofensiva
o despectiva actitud.
-¡Toma
papá! –dijo Joshua, regresando- ¡Cómete esto!
¡Carajo! (pensé para mí) Tenía una
semana que no veía un verdadero plato de comida y, la última vez que vi uno completo, fue cuando le reparé la
computadora a la Dra Carmen Requena –me dieron comida en su casa- pero ciertamente,
todavía no me han cancelado lo que me adeudan ellos.
-¡Gracias,
papá! –le dije- No me espera esto de ti.
-También
te tengo un poquito de pescado que quiero te lleves y hagas una sopa. Yo le
quité los filetes para tu nieto, pero se puede hacer algo con lo que queda…
¡Estaba cocinando justo cuando llegaste!
Joy se marchó llevando el libro azul
sin siquiera una muestra de afecto o agradecimiento (estoy acostumbrado a eso y
más) (sólo lo escribo para que ella y tú lo sepan algún día).
-¡Coño!
-dije- Esto se ve demasiado bueno para postergarlo y ¿Cómo está tu hermano
Elisha?
Joshua me puso al tanto de pequeños
detalles que omito. Ignoraba la profundidad de su amistad con mi otro hijo –el
troublemaker- pero, por otro lado, me alegro que sean así de unidos. Le referí
detalles de cuando llevé a alguien que trabaja en cuestiones de Derechos
Humanos y cómo me trataron los policías y, quienquiera que haya visitado esos
sitios, conoce la desagradable actitud de los policías venezolanos, la
extorsión y la manipulación de cada investigación…
-El
artículo Artículo 11 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice: “Toda persona acusada de delito tiene derecho
a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad,
conforme a la ley y en juicio público en el que le hayan asegurado todas las
garantías necesarias para su defensa.”
-¡Papá!
–me dijo- Una cosa es lo que dice un papel, y otra es lo que se hace con ello…
Al momento llegó Alex y, sin
terminar de hablar sobre Derechos Humanos, acordé un par detalles para que mis
hijas subieran a visitarme a mi casa, a fin de mostrarles algunos programas que
había instalado en mi computadora, para que ellas aprendieran usarlos o -al
menos- supieran que estaban allí.
Alex me pidió que la esperara un rato
y, mientras yo comía y hablaba con Joshua y Alexangerla. De mi parte, tuve la
impresión de que Joy parecía indispuesta [a subir conmigo o a hacer tal viaje a
pie]… De modo que me fui solo al cabo de una hora, con la computadora que les
he de volver a reparar (no sé cómo es que ellas no cuidan las cosas).
Nunca hice “sopa” de pescado. Sin
tener ingredientes como papa, ocumo o las verduras que me faltan, parecióme bueno
agregar suficiente agua condimentada para que se ahogara un par de espinazos -de
los que alguna vez fueron peces- y jamás volverían a ver la inmensidad del mar.
¿Cómo no recordar las comidas o festividades
en la ciudad vacacional de Los Caracas? Mis tías, mi tío o mi abuela
cocinaban estupendos sancochos con todo lo que pudiesen comprar. Mi familia
nunca fue rica, pero el país no fue enteramente pobre ¡había comida! Pero el
comunismo lo ha empobrecido como nunca.
-¡Estas
carajitas ya no vienen! –pensé para mí, en el fogón- Es demasiado tarde para
enseñarles a usar esas herramientas de trabajo… Cortaré más cilantro y le
echaré más monte al vacío de esta olla… ¡No voy a desperdiciar la leña!
Eran cerca de las 5 pm cuando la
olla burbujeaba. Oí cierto ruido que me distrajo de la tarea recolectora de
hojas y, tras un silbido leve, noté que mis niñas habían llegado.
-¡Pensé
que no venían! –dije al abrir- Aunque ya es tarde. ¿Qué las retrasó?
-¡Ah!
–respondió Joy- Estábamos ocupadas en otras cosas.
Al verla cara a cara, vi demasiada
pintura y, el olor cosmético, no fue de mi agrado.
-¡Hum!
¿Por qué usas tanto maquillaje para venir a mi casa? Aquí no hay esa necesidad
ni acá habrá nadie a quien tengas que presumir.
-¡Ja!
¡Ja! –con leve sarcasmo, y sin auto justificarse.
-¡Estábamos
tomando fotos, papá! –me informó Alex.
-¡Ah! ¡Bienvenidas!
Aunque ahora estoy cocinando, y necesito desocuparme de los detalles pendientes
para volver a atenderlas… ¡Cocino con leña porque se me acabó el gas!
Verdaderamente, no me gusta
reprogramarme. Son mis hijas y debo ser buen anfitrión pero, reprogramar tareas,
me toma tiempo, y más cuando el tiempo de trabajo se limita, y ya sé cómo son
algunas cosas.
Puse suficiente leña al fuego como
para que la olla soportara su trabajo. No olvidé detalle alguno y me fui con
mis hijas.
-Lo que
quiero enseñarles es para que sepan
manejar estos programas pero hoy ya no habrá tiempo para explicarles el cómo, sino para mostrarles algunos
resultados… ¡Llegaron muy tarde!
-¡Ay,
si! Lo sabemos, pero muéstranos y ya… (Les aseguro que esa no es la forma en
que me habla Alex).
-¡Alex!
–sentada expectante a mi lado- En esta computadora tengo varias herramientas de
trabajo y, como no falta mucho para que caiga la noche, les mostraré lo que
puede hacerse y, mientras un par de estas aplicaciones se cargan, les mostraré
un diccionario básico de inglés que trae juegos interactivos y otras cosas que
deseo sepan, para que aprendan.
Puse a funcionar el Longman básico, jugamos unos minutos, y
me controlé para que no se extendieran en intrascendencias.
-¡Para
qué es ese botón, papá?
-¡Buena
pregunta, Alex! Si aprietas ese icono rojo, oirás por las cornetas cómo se pronuncia cada palabra, aunque allí
no sean muchas: Es un diccionario básico.
-¡Ah!
Y, ¿aquella pestaña? –volvió a preguntar Alex, mientras Joy observaba
silenciosa, sentada a nuestras espaldas.
-Si vas
a la izquierda –les dije- con ella se despliega el lote de palabras de ambos
diccionarios, sea el de inglés o del español, para que así tengas una leve
definición y uso de dichas palabras.
-Hmm! –llevando
sus deditos al mentón dijo- Eso no lo tengo yo en mi computadora, papá.
-¡Lo
sé! –respondí a Alex- Por eso estuve insistiendo en que vinieran conmigo. Las
aplicaciones de Windows no siempre
existen en Linux y, el día en que me
muera, estas computadoras les quedarán a ustedes, una para cada uno.
-¡Bah!
Siempre estás con eso de que te vas a morir, Antonio.
¡Hmm! Me valdré de la tecnología
para dejar constancia de la cara de
culo que –a menudo- me hace...
-¡Joy! –refuté
calmadamente- Yo ya no quiero vivir en este maldito país. ¡Estoy cansado de ver
tanta ingrata gente o incómoda situación!... Y, lo que más me disgusta, es ver
que muchas personas no perciben lo que está mal aquí.
-Y
mientras más lo digas seguirá así. –rezongó a baja voz- ¡Tú mismo los maldices!
El
pecado oculto
En ese sentido –oportunamente- Joy
me ayudó a entender el pecado inconfeso que he venido repitiendo por años: Maldecir. Ayer no tuve tiempo para
meditar o entender lo que disparatadamente me dijo, simplemente para
descalificar mi deseo de no seguir teniendo parte en lo que ya no considero sea
vida.
-¡Ah,
bueno, papá! –rápidamente Alex dijo - a mí me dejas todo lo que sea de
computación.
-¡De
acuerdo hija! Con todos esos programas que están en estas cajas…Y a Joshua le
dejo el resto de cosas, todo lo que está en la casa: Pero una computadora para
cada uno.
-¡Y me
das la mejor, papá! –se aseguró su parte, mi hija adoptiva.
-¡Así
será, Alex! –les dije, aunque Alexangerla parecía (más bien) la única en
aprobar mis ideas, sobre todo, por el hecho de que (al instante y entre risas) hizo la repartición de bienes, sin malicia
alguna de desposeer a nadie y, quizá, por el hecho de verlo como algo lógico, posible
o gracioso.
-Por mí,
pueden hacer lo que quieran –espetó Joy en remilgos- Yo no estoy pendiente de
que te mueras, y nada de eso me falta…
-¡Desde
luego, Joy! –interpuse enojado- Yo tuve el buen atino de mirar más allá de la
pechuga y las pompis de tu madre, porque es una mujer trabajadora y, ustedes solas
conmigo, ya hubieran muerto de hambre.
A modo de cambiar el tema, pero ciertamente
con la curiosidad de una niña coqueta y transparentemente sincera, preguntó Joy:
-¡Ah,
ya, sí! Pero ¿para qué es ese bichito redondo y negro allí, arriba del monitor
Antonio?
-Es una
cámara.
¡Sólo eso faltaba para terminar la
breve clase! Yo no sé cómo es que estas carajitas brincaron -a una- a mi silla,
con la idea de tomarse fotos...
Yo las invité a que conocieran lo
que tengo en las máquinas para TRABAJAR y, por su parte, decidieron jugar y
fotografiarse…
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A la mañana siguiente, primero de
mayo del 2017, enteramente consciente y
en ejercicio pleno de todas mis facultades, cabal y de sano juicio… (Lo de
arriba, en serio, es la sustancia de MI TESTAMENTO) desperté a la realidad
nacional y política en la que no quiero estar sumido ni reducido ¿Cómo es
posible que, para poder comprar comida ¡y
comer! tengo que hacerlo según el día que corresponda a mi número de cédula?
Mal
hecho
No hice bien en maldecir a un millar
de personas que se dicen venezolan@s y “compatriotas”, pero el venezolano no era cubano ni gente que se diera por
vencida en soportadas colas. No éramos la clase que tolerábamos abusos, sin
embargo, otr@s las promueven identificándose como revolucionari@s.
Aclaratoria
Hace poco, con un mensaje de texto,
le escribí a mi hija un comentario más breve, similar a este:
-¡Joy! ¿Recuerdas
que me dijiste que te sentías incómoda por la gente del pueblo? Cuando te hable
de lo bien que me sentía en mi casa, me comentaste que percibes a la gente de
este pueblo como chismosos, como entrometidos y que ahora, para colmo en lo que
no desearías, hay una docena de malandros en tu sector, y que prefieres no
verlos…
Cuando maldije a Venezuela, me
refería a esa clase de gente que a mí tampoco me gusta. Yo me siento bien en
este lugar mío pero, cuando voy a la ciudad y veo la proliferación de
malandros, malvivientes, ladrones y mendigos, gente que se come la luz de los
semáforos como buhonero que se come lo poco que tengo, siento que es a ellos a quienes
“dedico” la maldición que he dicho. Sin embargo, de acuerdo a las palabras de
Jesucristo, debí bendecirlos, debí
orar por mis enemigos y, aunque ahora no
tengo fuerzas para amar a los que me son antipáticos e ingratos. Sin
embargo, tu reproche me ha servido para ver mi error (y mi pecado) aunque NO
tengo ganas de orar por los que me abofetean desde el gobierno, ni por los que me
cobran los impuestos del IVA sin trabajar y, para colmo, hasta por tu hermano
menor he visto cómo los policías extorsionan a tu madre ¡Y a miles de madre!
Porque hay un millar de jóvenes allá
afuera que no quieren estudiar y, cuando yo daba clases en un liceo, me fue
fácil abandonar la universidad, al notar (repetidamente) que los liceístas me
ofrecían dinero para que les aprobara la materia, y hasta tenían el descaro de
decirme: “¿Quiere
dinero, profesor, o sólo le gustarían mujeres y licor?”…
Cuando vi al país cambiar abruptamente
así, decidí ponerme a trabajar en cualquier otra cosa y, en cuestión de
semanas, renuncié a ese liceo en La California Sur. (Te dejé una copia, a ver
si entiendes el pasado)
Delator
inconsciente
¿Qué te puedo decir de la
universidad? Aunque todavía me gusta estudiar, allí vi profesores que aplican
la “técnica de la operación colchón”
para “aprobar” a las carajitas bonitas (pero malas estudiantes). Allí supe de otras
cosas que me desagradan como “posiciones
arbitrarias de dominio” y, si inconscientemente delaté ayer este odio
que acumulo por décadas, si cada vez que toco el tema Venezuela lo veo empeorar
y empobrecer, que me perdone Dios por maldecir a esa clase de gente que explota
a otras –como los políticos y los buhoneros- y luego (ell@s) se autodenominan
patriotas ¡Que los bendiga Dios! Yo no sé bendecir a quien haga tanto mal y,
cuando Elisha hizo lo que no sé si hizo (si lo recuerdas todavía) yo, antes de
hablar con él, primero le informé a tu madre y a ti... Yo quise arreglar las
cosas por el camino de la honestidad,
con la verdad (si es que algo de ella queda) pero –en este país- no veo que mi
verdad sirva para comer ni para tener la estabilidad económica que nunca he tenido. No pude dormir dos noches. ¡Temí
que Elisha hubiera cometido un delito! (Aunque yo sí que soy un ladrón de
verdades). Y sólo para tener un placebo mental, para calmar ese dolor o aprensión
(y vergüenza) imaginé que sólo hacía las veces de aguantador y, cuando él me comentó
su versión de cosas (insinceramente) diciendo que él no había robado nada, hipócritamente yo me comprometía a ocultar
la verdad que no imaginaba y ¡A dejar las cosas así!... ¡Pardiez! Al cabo de
varios días, él mismo entregó a la policía las cosas que había escondido en su
cuarto y, al poco rato (cuando salió de tu casa) devolvió lo que tenía
escondido en la calle… ¿Por qué no me las devolvió a mí, sincerándose, antes de
que lo denunciaran? Hoy no importa eso ya, pero él le habla bajito a los uniformados que extorsionan a millares,
mientras que a mí, me habla atrevidamente… Que yo sepa, sólo le hablo mal a mi
mamá cuando ella hace lo indebido, o cuando ya no me entiende ¡Pero no cuando
pasa lo contrario! Pero ustedes son tan distintos a mí…
Sopa
en segunda tanda
Esas hormigas han de tener un olfato
increíble (o el pescado presto a descomponerse les fascina). Algunas espinas
cayeron fuera del tobo que puse a mi lado pero, casi sin darme cuenta, de un
menudo grupo de las primeras diez, han salieron cien… ¡Dejaré que coman lo que
yo mismo no pude mordisquear!
Buenos
momentos
Es increíble lo que hace la lengua. Por
un lado saca las escamas, determina dónde están las partes duras y deliciosamente
comestibles y, por otro lado, o te salva de la espina o te mueres junto con ellas
(tal cual las clava la lengua viperina). La lengua puede darte a beber buenos
momentos de los labios de la mujer que ames o consigas. Puedes complacerla con
las caricias del paladar con el que la has seducido y, si te has dedicado a
pocas, darás a ellas lo que no diste a muchas, con salacidad (no diré a qué
lugar me refiero). ¡Increíble! Ese
musculillo puede amar y, al mismo tiempo, es capaz de destruir en minutos lo
que fue lo mejor de tus días, o cualquier relación. ¡Razón tiene Santiago! (Stg.
1:26; 3:5-8) Tiene el poder de maldecir y bendecir, de construir y desbaratar...
Luego de varia horas, lavé la ropa
que había dejado en remojo. El día estaba deliciosamente nublado, pero no
malbarato el escaso detergente en polvo. Los restos de aquella sopa los enterré
para hacer abono para mis matas y, con la misma, lavé los trastos; aunque
estuve luchando con un vaso, para quitar el desagradable olor cosmético que
deja el labial que usaba Joy: El hambre me ha despertado el olfato. Supongo que
todos los tenemos adormecidos por la cotidianidad o “la abundancia” que
teníamos, pero –para mi propia sorpresa- ahora puedo detectar a distancia los
olores que sólo antes percibía a menos de un metro.
En uno de esos instantes de auto
introspección, descubrí algo nuevo cuando untaba de jabón ese vaso de metal
renuente y perfumado. Meditaba en eso de la fe y –e un flashback- comprendí que
hay algo que falta, y es la experiencia y la confirmación. Cuando estaba en el
liceo, en una clase de química (me parece) nos hicieron meter la mano en una caja
de cartón que tenía varias cosas. Nos preguntaban qué tenía y, cada uno de
nosotros reportaba cosas distintas, cada uno tuvo experiencias distintas y,
como no las veíamos, la certeza parcial de dicha “experiencia” mediatizada por
una caja que no debíamos destapar, no todos tuvimos la misma experiencia con
las cosas que palpamos con la mano: Lo mismo sucede con lo que llamamos FE.
He aquí la analogía que me hizo
entender la no fe, la inexactitud de mi experiencia versos la no manifestación
TANGIBLE de Dios en mi vida, contrapuesta a hechos que sólo “Le” suponen, pero
no le revelan (ni se manifiesta personalmente). ¿No le oyó y miró Saulo Pablo?
(Hechos 9:4, 26:14)
En la mesa de mi cuarto tengo una
pequeña caja azul, hecha de plástico. Mi hermano Alan me la regaló con
vitaminas a punto de vencerse (no me las tomé todas -como él pensó lo haría-
porque las usé para nutrir mis matas). Si escondiera esa cajita en una bolsa o
tela negra, si sólo permitiera palpar con las manos su forma, si solamente
permitiera que alguien captara el olor del envase, con seguridad, alguien diría
“es una caja de vitaminas” (el olor del aspartame
es característico para muchos). Siguiendo aquella metodología del laboratorio
de química, sin dejar que nadie la viera por dentro, sin dejar que la abrieran,
podría dejar que la agitaran para producir su actual sonido ¿Qué se oiría? ¿Sabrían
que es de plástico? ¿Dirían que es “metal” plastificado, como el que uso para
guardar mis espejuelos? La gente diría cualquier cosa –yo diría lo mismo- porque
esa clase de cosas -sin testimonio de la experiencia y la vista- se presta a la
especulación y a la imaginación. ¿Qué tengo allí adentro? Mayormente tornillos
y, el sonido que produce, resulta igual al que tenían las vitaminas y, con ese
olor que no le he sacado al envase, cualquiera que lo huela (o le abra sin usar
los ojos) simplemente asumirá: “Es una
caja de vitaminas” ¡Y no lo es! (nunca lo fue, porque no están). ¡Lo mismo
sucede con la fe! (o el amor). ¿Dónde carajo están tangiblemente, si uno no es
quien lo crea o los mantiene en su mente (con acciones coherentes del cuerpo y del
pensamiento)?
Alguien bien ha dicho: “El amor no está donde se busca, sino donde se
encuentra.”
¡Así es la fe! Uno la puede buscar en cualquier parte, en cualquier persona
pero, cuando TE encuentra (ella o él a ti) sabes qué es aquello que querías o anhelabas...
¡Desde luego! El amor y la fe son dos cosas volátiles o
perecederas (como una sopa deliciosa). Una, es etérea como el perfume y, a
cierta edad, puede ser incendiaria y,
en el caso de la fe, ya no puedo decir “que me encienda”, ella es algo que te
abandona o se abandona por los desatinos o trasteos a ciegas y -en mi caso-
parece que han sido ambas cosas: Ayer tuve una “sopa” sin verduras, hoy sólo
queda ese recuerdo vago e intangible entremezclado con hambre, y estas palabras
que -¡sabrá Dios!- las leerá alguien, algún día.
PS
No es por nada, pero la “felicidad”
cae a cuentagotas. En la foto que se muestra –la pose sedada de arriba- sólo
vino a efectos de verse ella como quiso verse (o la vieran) no como a menudo sea
conmigo. Alex, por el contrario, sí es más cariñosa, más transparente y NADA criticona
(no le debo nada a ella).
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